Defensor del Menor de Andalucía. Informe Anual 2011
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esta abstracción conlleva al disminuir enormemente su capacidad auditiva y de
concentración con el exterior.
Retomando nuevamente las incidencias que se producen en las inmediaciones de los
centros escolares, debemos referirnos a la influencia en aquellas del comportamiento
de algunos padres. Uno de esos hábitos más común consiste en llevar al niño o niña al
colegio en vehículo, actividad que padres y madres suelen realizar con excesiva rapidez
para poder acudir seguidamente con puntualidad a sus puestos de trabajo, y de este
modo hacer viable la proclamada conciliación de la vida familiar y laboral. A ello se une
la creencia de que esta forma en la que los niños llegan al colegio -en el vehículo de
sus padres- es mucho más segura que desplazarse andando o en transporte público o
escolar. Sin embargo, esta afirmación contradice los estudios sobre seguridad vial que
proclaman que este medio de transporte lo único que hace es aumentar los peligros por
la saturación de vehículos en las inmediaciones de los colegios, con las consecuencias
negativas fácilmente imaginables.
En este ámbito, la Comisión Europea, en el documento titulado «La ciudad, los
niños y la movilidad» recoge los aspectos negativos de la utilización de vehículo
privado para llevar a los alumnos al colegio. Y así destaca que los niños pierden
oportunidades de socialización al no encontrarse con otros compañeros en el
camino, o deben soportar el estrés del conductor, sin olvidar que estos niños suelen
tener actitudes apáticas, pierden dinamismo y atención.
Para ayudar con este problema, algunas ciudades vienen poniendo en práctica
determinadas experiencias (“Autobús pedestre” o “Camino escolar”) que tienen
como objetivo promover y facilitar que niños y niñas vayan a la escuela a pie o en
bici por una ruta segura y de manera autónoma, bajo la supervisión de uno o varios
adultos, generalmente padres o madres voluntarios. Muchas son las ventajas que
alegan los impulsores de estas prácticas como la posibilidad de que los alumnos
reconozcan su entorno, que puedan moverse con autonomía, que incrementen las
relaciones entre iguales, a la vez que disminuye la circulación en las ciudades, y con
ello los atascos y el derroche de energía.
La solución para cambiar estos hábitos se presenta harto compleja pero, que duda
cabe, ha de venir de la mano de la Educación vial. Desde que nacemos somos agentes
que interactuamos con los vehículos de transporte, primero como pasajeros y después
como conductores, de ahí que los procesos de Educación vial deben comenzar a edades
cada vez más tempranas. Cuanto antes se inicie ese aprendizaje de hábitos y conductas
más efectivo será porque disminuye la necesidad de formación y sensibilización a
edades más avanzadas en las que existe una mayor resistencia a los cambios.
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