
“Yo me acuerdo de que, de pequeña, por ejemplo, me quería quedar siempre al comedor porque en el comedor era como que pasaban cosas que luego volvías a clase y había cosas que no te habías enterado porque no estabas en el comedor". María, 16 año, Madrid.
Así comienza uno de los más de mil relatos que han compartido niñas, niños y adolescentes en todo el país sobre sus vivencias en el espacio del mediodía. Un lugar aparentemente anodino, pero que condensa vínculos, emociones y aprendizajes. Septiembre marca el regreso a las aulas y con él, el retorno —o no— al comedor escolar. Para cerca de 1.300.000 de niñas, niños y adolescentes1 , ese espacio sigue fuera de su alcance. En la actualidad, solo el 15,13 % del alumnado2 cuenta con becas o ayudas al comedor, frente a un 34,6 % que vive en riesgo de pobreza. Esta brecha evidencia una carencia estructural del sistema que impacta directamente en la equidad educativa. Sobre todo en contextos de vulnerabilidad, en los que el comedor representa la única comida completa del día.
Sin embargo, su valor va mucho más allá. No es solo un recurso para quienes más lo necesitan, sino que permite mejorar la vida de todas las niñas y niños. Es un espacio con valor universal. Alimenta, sí, pero también educa, cuida, protege y enseña a convivir. Cuando el comedor se integra en el proyecto educativo del centro, se dota de recursos adecuados y se garantiza su acceso universal y gratuito, se convierte en un auténtico motor de equidad y de transformación educativa.
POR UN ESPACIO COMEDOR 5 ESTRELLAS (link página web)








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